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página de filosofía de jesús ángel martín

filosofía práctica: cómo vivir mejor (o casi)


INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA, explicada con humor

(selección de textos de CATHCART Y KLEIN, Platón y un ornitorrinco entran en un bar…)

 

ÉTICA

 

La labor de la ética consiste en diferenciar lo bueno de lo malo. También es tarea de los sacerdotes, expertos y padres. Desgraciadamente la tarea de niños y filósofos consiste sólo en preguntar a los padres y expertos ‘¿por qué’?.

 

ÉTICA ABSOLUTA: La ley Divina

La Ley divina hace de la ética un asunto muy sencillo: si Dios dice que está mal, está mal, no hay más. Es así. Sin embargo, surgen complicaciones. La primera es, ¿cómo podemos estar seguros de lo que piensa realmente Dios? Un tema que los fundamentalistas ya tienen resuelto: lo dicen las Escrituras. Pero ¿cómo sabían los de las Escrituras que las señales que estaban recibiendo procedían realmente de Dios? Abraham pensó que Dios le estaba pidiendo que sacrificara a su hijo en el altar. El razonamiento de Abraham fue el siguiente: «Si lo dice Dios, será mejor que lo haga. «La primera pregunta filosófica que podríamos plantearle a Abraham es la siguiente: «¿Te has vuelto loco? "Dios" te ordena que hagas una cosa tremenda, ¿y ni siquiera le pides que se identifique?»

Otro de los problemas de seguir la ley divina es la interpretación. ¿Qué se considera honrar a tu padre y a tu madre? ¿Mandar una postal el día de la madre? ¿Casarte con el aburrido hijo del dentista de la familia, que es lo que quieren tus honorables padre y madre? Preguntas que, además, no parecen distinciones de una sutileza talmúdica cuando el hijo del dentista es un tío bajito y gordo.

Una de las principales características de la ley divina es que Dios tiene siempre la última palabra.

Moisés baja del monte Sinaí, blandiendo las tablas de la ley, y anuncia a las multitudes congregadas:

—Os traigo una buena noticia y una mala. La buena es que he conseguido que lo dejara sólo en diez mandamientos. La mala es que «adulterio» sigue constando entre ellos.

Un joven y lujurioso san Agustín debió de intentar ese mismo tipo de negociación cuando profirió su famosa exclamación: «Señor, hazme casto. Pero ¡todavía no!» Está claro que Agustín estaba intentando aplicarse lo de las sutilezas de la interpretación a sí mismo. «O sea, que no se especifica cuándo no hay que cometer adulterio, ¿verdad?» Parece un chiste.

 

LA VIRTUD PLATÓNICA

En su magna obra La República, Platón escribió: «El Estado es el alma puesta por escrito.» De modo que, con el fin de abordar las virtudes de lo individual, escribió un diálogo sobre las virtudes del Estado ideal. A los gobernantes de ese Estado los llamó filósofos reyes, lo que quizá explique la popularidad de Platón entre los filósofos. Los reyes filósofos guían al Estado del mismo modo que la razón guía el alma humana. La principal virtud —tanto de los reyes filósofos como de la razón— es la sabiduría, que Platón define como la comprensión de la idea de la bondad. No obstante, lo que para un hombre es la bondad, para el otro es una nadería.

En un encuentro que se está celebrando en la universidad, se aparece de pronto un ángel y le dice al jefe del departamento de filosofía:

—Te concedo uno de estos tres dones: sabiduría, belleza o diez millones de dólares.

Inmediatamente, el profesor opta por la sabiduría.

Envuelto en un halo de luz, el profesor aparece transformado. Pero sigue ahí sentado, contemplando la mesa, y uno de sus colegas le susurra:

—Di algo.

El profesor responde:

—Debería haber pedido el dinero.

ESTOICISMO

El planteamiento ético que ocupó a los estoicos durante el siglo IV d.C. fue cómo reaccionar a la sensación reinante de fatalismo que conllevaba vivir en un imperio férreamente controlado. No podían cambiar gran cosa de sus vidas, de modo que decidieron, por el contrario, cambiar su actitud hacia la vida en sí. Ciertamente, era el único control personal que no les habían arrebatado. Lo que surgió de esa nueva actitud fue una estrategia de desapego emocional respecto a la vida. La llamaron apathia (apatía) y, para los estoicos, constituía una virtud que les granjeó más de unas risas en la taberna del pueblo. Los estoicos estaban dispuestos a sacrificar algunas formas de felicidad (sexo, drogas y hip-hop dionisíaco) con el fin de evitar la infelicidad que les procuraban sus pasiones (enfermedades de transmisión sexual, resacas y rimas espantosas). Actuaban movidos únicamente por la razón, jamás por la pasión, y por lo tanto se consideraban los únicos seres humanos verdaderamente felices, es decir, los que eran no infelices.

En la siguiente historia, el señor Cooper demuestra una forma moderna de estoicismo: el estoicismo por delegación.

La enfermera hace pasar a los Cooper a la consulta del dentista, donde el señor Cooper expresa muchísima urgencia.

—No se ande con chiquitas, doctor —le ruega—. Ni gas, ni pinchacitos ni anestesia. Arranque la muela y acabemos con esto.

—Me gustaría que todos mis pacientes fueran igual de estoicos que usted —le responde el dentista, admirado—. Bien, déjeme ver esa muela.

El señor Cooper se vuelve hacia su mujer y le dice:

—Cariño, abre la boca.

C. K. Chesterton escribió en una ocasión: «la palabra "bueno" tiene varios significados. Por ejemplo, si un hombre le dispara a su madre desde una distancia de quinientos metros, cabría decir que es un buen tirador, pero no necesariamente una buena persona.» El calificativo "necesariamente" es lo que nos muestra que Chesterton poseía una mente realmente filosófica.

 

UTILITARISMO

Todos sabemos que Vladimir Lenin, el rojillo del siglo XX, dijo: «El fin justifica los medios.» Irónicamente, no estaba tan lejos del punto de vista de uno de los filósofos favoritos del escuadrón del Señor del Partido Republicano, John Stuart Mill. Mill y los utilitaristas propusieron una ética «consecuencialista»: la corrección moral de un acto está determinada únicamente por sus consecuencias.

El protagonista de la siguiente historia es, claramente, un utilitarista:

La señora O'Callahan le pide al artista que está pintando su retrato que añada un brazalete de oro a cada una de sus muñecas, un collar de perlas alrededor del cuello, unos pendientes de rubíes y una tiara de diamantes.

El artista le responde que eso equivaldría a mentir.

Y la señora O'Callahan le responde:

—Mire, mi marido va por ahí con una rubia más joven que yo. Cuando yo muera, quiero que se vuelva loca buscando mis joyas.

Este es el tipo de justificación que cabe aducir para excusar actos bastante más serios, siempre y cuando las consecuencias sean lo bastante «buenas».

La señora Brevoort, una viuda, está junto a la piscina de su club recreativo cuando repara en un apuesto caballero que está tomando el sol. Se aproxima furtivamente y le dice:

—No puedo creer que no le haya visto antes.

—No es probable —responde el hombre—. He estado treinta años en una penitenciaría.

—¿De verdad? ¿Y por qué?

—Maté a mi mujer.

—¡Ah! —exclama la señora Brevoort—. Así que está soltero...

El influyente utilitarista contemporáneo Peter Singer suele hacer analogías entre decisiones sobre cuyas consecuencias espantosas estamos todos de acuerdo y decisiones aparentemente más benignas que, en su opinión, son parecidas desde un punto de vista ético. En un ensayo, plantea que uno puede ganar dinero para comprarse un nuevo televisor vendiendo a un niño sin techo a una corporación que utilizará sus órganos para trasplantes. Muy mal rollo, en eso estamos todos de acuerdo. Sin embargo, Singer sigue argumentando que, cada vez que nos compramos un nuevo televisor en lugar de donar el dinero a una organización que protege a los niños sin techo, estamos haciendo esencialmente lo mismo. ¿A que te pone nervioso cuando dice este tipo de cosas? Se trata de una argumentación por analogía que va de un dramático particular a un pronunciamiento moral general, como este clásico gag:

Él: ¿Te acostarías conmigo por un millón de dólares?

Ella: ¿Un millón de dólares? ¡Caramba! Creo que sí.

Él: ¿Y por dos dólares?

Ella: Anda, vete por ahí. ¿Qué te has creído que soy?

Él: Eso ha quedado claro. Ahora sólo estamos ajustando el precio

El imperativo categórico supremo y la vieja y entrañable regla de oro

El principio fundamental kantiano, el criterio sobre el que pivotan el resto de las máximas éticas, es lo que él llama el «imperativo categórico supremo».

A bote pronto, el imperativo sólo suena a una versión personalizada de la vieja regla de oro.

Regla de oro: «Actúa con los demás como te gustaría que actuaran ellos contigo.»

Imperativo categórico supremo: «Actúa según la máxima por la que desees que tus actos se conviertan en ley universal.»

Naturalmente, la versión de Kant parece algo más fría. El mismo término «imperativo categórico supremo» suena a... en fin, suena a alemán. Lo que no deja de ser normal, si tenemos en cuenta que él lo era.

No obstante, el imperativo categórico y la regla de oro sí comparten algunos territorios filosóficos:

  • Ninguno de los dos es una norma relativa a una acción específica, del tipo: «Honrarás a tu padre y a tu madre» o «¡Cómete las espinacas!»

  • Por el contrario, ambos nos proporcionan un principio abstracto para determinar qué acciones específicas son correctas y cuáles no.

  • En ambos, este principio abstracto sugiere que todo hijo de vecino vale tanto como tú, o como yo, y que todos debemos recibir el mismo trato moral que tú y que yo... especialmente yo.

Sin embargo, existe una diferencia fundamental entre el imperativo categórico y la regla de oro, y esta frase da en el clavo:

Un sádico es un masoquista que sigue la regla de oro

Al causarles dolor a los demás, el masoquista no hace más que obedecer los requisitos de la regla de oro: hace lo que le gustaría que le hicieran a uno, a ser posible, con un látigo. Pero Kant aduciría que no existe acepción por la que un masoquista pueda reivindicar honestamente que el imperativo moral «causa dolor a los demás» pueda ser una ley universal en un mundo en el que se pueda vivir. Hasta un masoquista comprendería que no es razonable.

Este tipo de consideraciones llevaron al dramaturgo irlandés George Bernard Shaw a reescribir la regla de oro con los renglones torcidos:

No hagas a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti. Tal vez tengan otros gustos

Emotivismo

A mediados del siglo XX, la mayor parte de la filosofía ética era metaética. En lugar de preguntarse «¿Qué acciones son buenas?», los filósofos se preguntaban «¿Qué quiere decir que una acción sea buena?». «¿X es buena» significa únicamente «Yo apruebo X»? Asimismo, «¿X es buena» expresa la emoción que siento cuando observo a X o pienso en X?». La última hipótesis, conocida como emotivismo, queda muy bien expresada en la siguiente historia:

Un hombre escribió una carta a la Agencia Tributaria en la que decía: «No he podido dormir pensando que he defraudado a Hacienda en mi declaración fiscal. No hice constar en ella todos mis ingresos y sólo adjunté un cheque de 150 dólares. Si sigo sin poder dormir, mandaré el resto.»

Ética aplicada

Justo cuando la especulación metaética sobre el sentido de la palabra «bueno» se estaba quedando sin fuelle, dedicarse a la ética se puso de moda otra vez, y los filósofos empezaron a escribir una vez más sobre cuáles son las buenas acciones particulares. La bioética, la ética feminista y la ética sobre la forma correcta de tratar a los animales se convirtieron en asuntos de rigeur. Una de las formas de la ética aplicada que apareció durante el siglo XX fue la ética profesional, los códigos que regulan las relaciones entre los profesionales o sus clientes o pacientes

Tras asistir a una conferencia sobre ética profesional, cuatro psiquiatras salen juntos del recinto.

—¿Sabéis una cosa? —dijo uno—. La gente acude siempre a nosotros para contarnos sus miedos y su sentido de culpa, pero nosotros no tenemos a quién acudir. ¿Por qué no dedicarnos algo de tiempo ahora y nos escuchamos los unos a los otros?

Los otros tres aceptan la propuesta.

-Siento un deseo casi irrefrenable de matar a mis pacientes —confesó el primero.

-He hallado la manera de estafarles dinero a mis pacientes a la menor ocasión —dijo el segundo.

-Estoy implicado en una red de venta ilegal de pastillas y, a menudo, hago que mis pacientes las vendan por mí —continuó el tercero.

—Pues yo, por más que lo intento —confiesa el cuarto psiquiatra—. No logro guardar un secreto.

Cada especialidad médica desarrolló sus propios principios éticos.

Cuatro médicos salen juntos a la caza del pato: un médico de familia, un ginecólogo, un cirujano y un forense. Cuando les sobrevuela un pájaro, el médico de familia apunta pero no se decide a disparar porque no está completamente seguro de que sea un pato. El ginecólogo también apunta, pero baja el arma cuando se da cuenta de que no sabe si es un pato o una pata. El cirujano, mientras tanto, dispara, se carga al pájaro, y se vuelve hacia el forense y le dice: «Vete a ver si es un pato.»

Lo que hace que la ética aplicada sea interesante, aunque también sorprendente, es que las decisiones éticas se suelen convertir en un dilema, una elección entre dos bienes: « ¿Qué fidelidad le debo a mi familia en relación con mi trabajo? ¿Y a mis hijos en relación con mi persona? ¿Y a mi país en relación con la humanidad?»

Los abogados también tienen ética profesional. Si un cliente da 400 dólares por equivocación —al pagar una factura de 300—, la cuestión ética que se plantea es si el abogado tiene que decírselo a su socio del bufete.

No debe sorprender a nadie que la clerecía también tenga ética profesional, y que ésta incluya sanciones divinas.

Un joven rabino era un entusiasta jugador de golf. Incluso durante el Yom Kippur, el día más sagrado del año, se escabulló un rato para irse a probar suerte con un campo de nueve hoyos.

En el último hoyo, no colocó bien la pelota antes de lanzar y una ráfaga de viento la arrastró hasta el hoyo y consiguió un hoyo en uno.

Un ángel que estaba contemplando el milagro se lamentó ante Dios.

-El tío está jugando al golf en Yom Kippury tú le regalas un hoyo en uno. ¿Eso es un castigo?

—Desde luego que lo es —dijo el Señor, sonriendo—. ¿No ves que no se lo puede contar a nadie?

El impacto del psicoanálisis en la ética filosófica

La obra de Sigmund Freud, a pesar de que no era un filósofo, ejerció una gran influencia en la filosofía ética con su afirmación de que, en realidad, lo que determina la conducta humana son una serie de condicionantes biológicos inconscientes, no las distinciones corteses y racionales de la filosofía. Por más que intentemos controlar racionalmente nuestras vidas, como nos aconsejarían los filósofos morales, nuestro inconsciente siempre acaba aflorando. El «acto fallido» freudiano, por ejemplo, ocurre cuando nos «equivocamos» al decir algo que expresa nuestros deseos inconscientes, como cuando el concejal de la ciudad presenta a su espléndida y flamante presidenta como a una «política con una gran vocación de servicio púbico».

Un terapeuta le pregunta a su paciente qué tal le fue durante la comida que tuvo con su madre. El paciente contesta:

—Bastante mal, la verdad. Tuve uno de esos actos fallidos.

—¿Ah, sí? —le pregunta el terapeuta—. ¿Qué dijo usted?

—Yo sólo quería decirle: «¿Me pasas la sal, por favor?», pero me salió: «¡Zorra! ¡Me haces la vida imposible!»

Para Freud, toda la filosofía ética del mundo es menos relevante acerca de verdaderos resortes inconscientes de nuestra conducta que un buen sueño.

Un hombre llega a la consulta del psiquiatra y se disculpa por el retraso aduciendo que se ha quedado dormido.

—Pero he tenido una revelación increíble en ese sueño —dice el hombre, sin resuello—. Estaba hablando con mi madre y de pronto, ¡ella se convirtió en usted! Entonces me desperté, me vestí, cogí una Coca-Cola y un Donuts, y vine corriendo a la consulta.

Y dice el psiquiatra:

—¿Una Coca-Cola y un Donuts? ¿Eso es lo que desayuna usted?

Por otra parte, el propio Freud hubiera admitido que reducir la conducta humana a los impulsos inconscientes a veces va en detrimento de una verdad obvia. Lo resumió en una frase que se ha hecho famosa: «A veces, un cigarro no es más que un cigarro.»

Un hombre se está afeitando con una navaja muy afilada que, de pronto, se le escurre de las manos y, al caer, le rebana el pene. Se agacha a recogerlo, se lo mete en el bolsillo, sale corriendo de su casa, toma un taxi, y le dice al conductor que vaya a toda prisa al ambulatorio más cercano.

Al llegar, le cuenta lo ocurrido al cirujanoy éste responde:

—Tenemos que intervenir cuanto antes. Démelo.

El hombre hurga en el bolsillo y le da el contenido al cirujano.

—Pero si esto no es un pene —dice el cirujano asombrado-. ¡Es un puro!

—¡Ay, Dios mío! —exclama el hombre—. ¡Entonces es que me he fumado el pene en el taxi!

Ética situacionista

La «ética situacionista» vivió su máximo apogeo en la década de 1960. Sus defensores afirmaban que lo éticamente correcto que hay que hacer en cada situación depende de la peculiar combinación de los factores de esa situación concreta. ¿Qué personas se ven afectadas? ¿Cuál es su interés legítimo en el resultado de esa situación? ¿Cómo influirán las consecuencias en otras situaciones futuras? Además, ¿a quién le importa? En caso de infidelidad, por ejemplo, los situacionistas éticos querrían saber, entre otras cosas, cuál es la situación del matrimonio. Tal vez se inclinarían por una u otra parte según la efectividad del matrimonio en cada uno de los casos. Para los opositores al situacionismo se trataba de un ultraje pues, en su opinión, este razonamiento se puede utilizar para justificar todo lo que una persona quiera. Algunos opositores adoptaron una posición absolutista: la infidelidad está siempre mal, independientemente de las circunstancias.

Paradójicamente, sin embargo, en ocasiones damos lugar a acciones egoístas cuando ignoramos las especificidades de la situación.

Unos atracadores armados entran en un banco, ponen a los clientes y al personal contra la pared y empiezan a quitarles las carteras, los relojes y las joyas que llevan encima. Hay dos contables del banco entre los que esperan para que les quiten sus posesiones. De pronto, el primero de ellos le pasa algo a hurtadillas al segundo. Éste susurra:

—¿Qué es esto?

El primero responde, también en un susurro:

—Los cincuenta pavos que te debía

Filosofía de la religión

El Dios sobre el que les gusta discutir a los filósofos de la religión no es el que la mayoría de nosotros reconocería. Tiende más bien a ser algo abstracto, algo más parecido a lo que en La guerra de las galaxias llamaban «La Fuerza-», y menos un padre celestial que pasa la noche en vela preocupado por ti.

 

Creer en Dios

Un agnóstico es una persona que cree que la existencia de Dios no puede probarse basándose en evidencias al uso, pero que no niega la posibilidad de que Dios exista. El agnóstico no va tan lejos como el ateo, que considera que el asunto de la existencia de Dios está zanjado. Si ambos vieran un día un arbusto en llamas que hablara y dijera: «Soy el que soy», el agnóstico empezaría a buscar a ver dónde está la grabadora escondida, mientras que el ateo se encogería de hombros y se pondría a asar castañas.

Dos irlandeses colegas de borrachera están en un pub y ven a un tipo calvo bebiendo solo al fondo de la barra.

—Oye —dice Pat—. ¿Ese de ahí no es Winnie Churchill?

—¡Bah! —responde Sean—. No creo. Winnie Churchill no estaría en un sitio como éste.

-Tío —insiste Pat—. Que no es broma. Mírale bien. Juraría que es Winnie Churchill. Me apuesto diez libras.

-¡Se acepta la apuesta!

Pat se va al final de la barra y le dice al calvo:

—Tú eres Winnie Churchill, ¿a que sí?

—Fuera de mi vista, ¡imbécil! —grita el calvo.

Pat vuelve a sentarse junto a Sean y dice:

—Me temo que ya nunca lo sabremos ¿verdad?

Ese es el razonamiento de un agnóstico.

Los ateos son otra historia. Hace ya mucho tiempo que los filósofos se pusieron de acuerdo en que no tiene ningún sentido que creyentes y ateos discutan sobre el tema. Y eso es porque lo interpretan todo de maneras muy diferentes. Para discutir, tiene que existir un terreno común, de modo que uno de los participantes pueda decir: «¡Vale! Yo te concedo x y tú debes concederme y.» Los ateos y los creyentes nunca encontrarán una «x» sobre la que puedan ponerse de acuerdo. Así, no se puede establecer la disputa porque cada uno ve las cosas desde su propio punto de vista. Esto es un poco abstracto. Pero esta historia lo describe de un modo muy terrenal; mejor dicho, vecinal.

Una ancianita cristiana sale cada día al porche de su casa y grita:

—¡Alabado sea Dios!

Y cada mañana, su vecino el ateo de la puerta de al lado, le responde gritando:

—¡Dios no existe!

La anécdota se repite durante semanas enteras.

—¡Alabado sea Dios! —grita la dama.

—¡Dios no existe! —responde el vecino.

Con el paso del tiempo, la señora empieza a tener dificultades económicasy casi no le llega el dinero para comer. Cuando sale al porche, le pide a Dios que le ayude con la compra y luego dice:

—¡Alabado sea Dios!

A la mañana siguiente, en cuanto sale al porche, se encuentra con unas bolsas con la comida que le había pedido a Dios. Naturalmente, grita:

—¡Alabado sea Dios!

El ateo aparece de detrás de una mata y le dice:

—¡Y un cuerno! Esta comida la he comprado yo. ¡Dios no existe!

La ancianita le mira y se sonríe. Grita:

-¡Alabado sea Dios! No sólo me has conseguido la comida, Señor, sino que además has hecho que la pagara Satán

El matemático y filósofo francés del siglo XVI Blaise Pascal sostuvo que decidir si creemos en Dios o no es, en el fondo, como formular una apuesta. Si optamos por comportarnos como si Dios existiera y, al final, resulta que no existe, tampoco pasa nada. Bueno, a lo mejor perdemos la oportunidad de disfrutar de lo lindo cometiendo los Siete Pecados Capitales, pero eso es calderilla comparado con la alternativa. Si apostamos que Dios no existe, y termina resultando que sí, nos habremos quedado sin el festín final, sin la dicha eterna. Por lo tanto, según Pascal, la estrategia de vivir como si hubiera un Dios es mucho mejor. Los académicos conocen este razonamiento como la «apuesta pascaliana». El resto de los mortales, lo llamamos cubrir las apuestas.

Inspirada por los Pensamientos de Pascal, una ancianita va al banco con un maletín en el que lleva 100.000 dólares en metálico y solicita que le abran una cuenta. El cauteloso agente bancario le pregunta cómo ha conseguido ese dinero.

—Apostando —le dice ella—. Soy muy buena.

—¿Y qué tipo de apuestas hace? —pregunta el contable intrigado.

-Ah, pues de todo tipo —le dice—. Por ejemplo, ahora misma me apostaría veinticinco mil dólares con usted a que mañana al mediodía tendrá una mariposa tatuada en la nalga derecha.

-Vaya, me gustaría aceptarle la apuesta, ya mismo —dice el contable—. Pero no estaría bien que me quedara con su dinero por una apuesta tan absurda.

—Déjeme que se lo diga de otro modo —dice la mujer—. Si no apuesta conmigo, tendré que buscar otro banco donde depositar el dinero.

—No, no. No se precipite —dice el agente bancario—. Acepto la apuesta.

La mujer regresa al día siguiente ai mediodía acompañada de su abogado en calidad de testigo. El contable se da la vuelta, se baja los pantalones e invita a ambos a que observen que la apuesta la gana él.

—De acuerdo —dice la mujer—. Pero ¿podría inclinarse un poquito más para que podamos asegurarnos?

El agente hace lo que se le pide, la mujer reconoce que ha perdido, y saca 25.000 dólares de su maletín y los cuenta para dárselos. Mientras tanto, el abogado está sentado, con la cabeza gacha y los codos apoyados en las rodillas.

—¿Y a éste qué le pasa? —pregunta el agente del banco.

-¡Que es un mal perdedor! —responde la ancianita—.

Aposté cien mil dólares con él a que hoy, al mediodía, usted nos enseñaría el trasero en su propio despacho.

Se dice que el filósofo alemán del siglo XIX Arthur Schopenhauer descubrió el budismo filosóficamente. Como Gautama, el Buda, dos milenios antes, Schopenhauer pensaba que la vida era sufrimiento, lucha y frustración, y que la única vía de escape era la resignación: el rechazo del deseo y la negación de la voluntad de vivir. La contrapartida positiva era que ambos creían que la resignación conducía a la compasión hacia todos los seres y a la santidad. Como si dijéramos, una especie de trueque.

Hay muchos chistes judíos que se burlan del pesimismo extremo a la Shopenhauer, el kvetcher (el pupas).

Hay dos mujeres sentadas en un banco y al cabo de un rato, una de ellas dice:

—¡Ay!

—¡Ay! —responde la otra.

—Vale —concluye la primera—. Ya está bien de hablar de los niños.

Tanto para Arthur Schopenhauer como para Buda, la vida es un ciclo constante de frustración y aburrimiento. Cuando no obtenemos lo que queremos, nos sentimos frustrados. Cuando lo obtenemos, nos sobreviene el tedio. Y según Arthurito y Buda, la peor frustración la experimentamos justo cuando parecía que teníamos el consuelo al alcance de la mano.

Había una vez un príncipe que estaba bajo el hechizo de una bruja mala, aunque no era por algo que hubiera hecho él. La maldición consistía en que el príncipe sólo podía pronunciar una palabra al año. Sin embargo, podía ahorrar, de modo que si un año no decía ni pío, al año siguiente podía decir dos palabras.

No obstante, un día conoció a una bella princesa y quiso decirle que la quería, por lo que decidió esperar tres años más, y guardar cinco años de silencio. Pasados los cinco años, sin embargo, comprendió que debía pedirle que se casara con él, así que tuvo que esperar otros dos.

Finalmente, cuando los siete años de silencio llegaron a su fin, estaba comprensiblemente entusiasmado. Llevó a la princesa hacia el rincón más romántico de los jardines reales, se arrodilló ante ella y le dijo:

—Amada mía, te quiero, ¿quieres casarte conmigo?

La princesa respondió:

-¿Cómo has dicho?

 


INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA, explicada con humor

(selección de textos de CATHCART Y KLEIN, Platón y un ornitorrinco entran en un bar…)

Filosofía social y política

 

La filosofía política y social aborda el tema de la justicia en la sociedad. ¿Por qué necesitamos a los gobiernos? ¿Cómo deberían distribuirse los bienes? ¿Cómo podemos establecer un sistema social justo? Estas cuestiones solían dirimirse cuando el más fuerte le daba al más débil en la cabeza con un hueso, pero tras siglos de filosofía social y política, la sociedad ha llegado a la conclusión de que los misiles son mucho más efectivos.

 

El estado natural

Los pensadores que, a lo largo del siglo XVII y XVIII, se dedicaron a la filosofía política —como Thomas Hobbes, John Locke o Jean-Jacques Rousseau— explicaron el impulso de constituir un gobierno a partir de la inseguridad en la que vivía el hombre en el caótico y violento estado natural. No se referían sólo a los peligros que suponían las fieras en la naturaleza; también pensaban en la ausencia de leyes, el riesgo de conducir en los dos sentidos, los vecinos ruidosos, el adulterio y todas esas cosas. Esos inconvenientes llevaron a hombres y mujeres a organizarse en Estados soberanos. Se aceptaron los límites de las libertades individuales en tanto que intercambio justo en bien del Estado.

Los investigadores del Instituto Nacional de Sanidad capturaron un conejo salvaje y se lo llevaron al laboratorio. Cuando llegó, se hizo amigo de un conejo que había nacido y se había criado en el laboratorio.

Una tarde, el conejo salvaje reparó en que no habían cerrado bien su jaula y decidió apostar por la libertad. Invitó al conejo de laboratorio a unirse a la fuga. Pero éste no lo veía claro; no había estado nunca fuera del laboratorio. Finalmente, el conejo salvaje lo convenció de que lo intentara.

—Te enseñaré el tercer mejor campo —le dijo el conejo salvaje una vez que estuvieron los dos en libertad, y llevó al conejo de laboratorio a un huerto de lechugas.

Después de comer hasta hartarse, el conejo salvaje dijo:

—Ahora te enseñaré el segundo mejor campo —y se llevó al conejo de laboratorio a una plantación de zanahorias

—Y ahora te enseñaré el campo número uno —dijo una vez que se habían dado un atracón de zanahorias. Y llevó al conejo a una conejera llena de conejas. Todo un paraíso donde pasaron la noche haciendo el amor como conejos.

Cuando estaba apuntando el alba, el conejo de laboratorio anunció que tenía que volver al laboratorio.

—¿Por qué? —preguntó el conejo salvaje—. Te he enseñado el campo número tres, el de las lechugas; el número dos, el de las zanahorias; y el número uno, el de las chicas. ¿Por qué quieres volver al laboratorio?

—No lo puedo evitar —respondió el conejo de laboratorio—. ¡Me muero por fumarme un cigarrillo!

Esas son las ventajas de una sociedad organizada

 

EL FEMINISMO

El despertar de la filosofía feminista se remonta al siglo XVIII y a la obra seminal (¿o habría que decir ovular?) de Mary Wollstonecraft Vindicación de los derechos de la mujer. En este tratado, acusa nada menos que a Jean-Jacques Rousseau por haber propuesto un sistema educativo inferior para las mujeres.

El feminismo emprendió una reinterpretación del existencialismo del siglo XX con la publicación de El segundo sexo de la filósofa (y amante de Jean-Paul Sartre) Simone de Beauvoir. En su obra, la escritora francesa afirmó que no existía lo que se da en llamar feminidad esencial, y que ese concepto no era sino una camisa de fuerza que los hombres habían impuesto a las mujeres. Por el contrario, las mujeres eran libres de crear su propia versión de aquello en lo que consiste ser mujer.

Pero ¿hasta qué punto es elástica la idea de feminidad? ¿Acaso el aparato reproductor con el que nacemos no tiene nada que ver con la identidad de género? Algunas feministas posdebeauvoirianas así lo afirman. Sostienen que nacemos todos con una sexualidad en blanco; que obtenemos posteriormente nuestra identidad de género a partir de nuestros padres y la sociedad que nos rodea. En nuestros días, el aprendizaje de los roles de género se ha complicado como nunca antes

Dos gais están de pie en una esquina cuando pasa una rubia maravillosa y escultural enfundada en un vestido de gasa muy corto y ajustado.

Y le dice uno de los hombres al otro:

—¡En momentos como éste, me gustaría ser lesbiana!

¿Son realmente los roles de género tradicionales un mero constructo social, inventado por los hombres para seguir subordinando a las mujeres? ¿O son roles determinados por la biología? Es un enigma que sigue dividiendo tanto a filósofos como a psicólogos. Algunos pensadores de peso se inclinaron claramente por el determinante biológico de la diferencia. Por ejemplo, cuando Freud declaró que «La anatomía es el destino», estaba utilizando un argumento teleológico para sacar a colación que la manera en que está formado el cuerpo de una mujer determina su rol en la sociedad. Lo que no está claro es a qué atributos anatómicos se refería cuando concluyó que planchar era cosa de mujeres. Otro determinista biológico es David Barry, quien señaló que, si una mujer tiene que optar entre coger la pelota de béisbol o salvar la vida de un niño, escogería salvarle la vida al niño, sin comprobar siquiera si había un hombre en la base.

También se plantea la cuestión de si los hombres están, a su vez, determinados biológicamente. Por ejemplo, ¿es por su anatomía por lo que los hombres están predispuestos a utilizar criterios primitivos a la hora de elegir esposa?

Un hombre está saliendo con tres mujeres a la vez e intentando decidir con cuál se casará. Le da 5.000 dólares a cada una para ver qué hacen con el dinero.

La primera se somete a una sesión de belleza integral. Va a un salón de belleza donde la peinan, le hacen la manicura y un tratamiento facial, y se compra ropa nueva. La chica le dice que lo ha hecho para resultarle más atractiva, porque ella lo quiere mucho.

La segunda le compra muchos regalos. Un juego nuevo de palos de golf, algunos accesorios para el ordenador y ropa cara. Le dice que se ha gastado todo el dinero en él, porque lo quiere mucho.

La tercera invierte el dinero en bolsa. Lo recupera con creces. Le devuelve los 5.000 dólares y reinvierte el resto en una cuenta conjunta. Le dice que ha invertido en el futuro de ambos porque lo quiere mucho.

¿A quién elige?

A la que tiene las tetas más grandes

Se puede debatir la cuestión de si este es un chiste feminista o machista.

He aquí otro texto que aboga por las diferencias esenciales entre hombres y mujeres. Tienen que ser esenciales porque el Primer Hombre vivió libre de constructos sociales y su impulsividad era, por consiguiente, innata.

Aparece Dios ante Adán y Eva en el jardín del Edén y anuncia que tiene dos dones, uno para cada uno, y que le gustaría que eligieran cuál quieren.

—El primer don es el de orinar de pie —dice.

Adán, sin dar tiempo a Eva reaccionar, dice:

—¿Mear de pie? ¡Debe de ser la leche! ¡Ése lo quiero yo!

—De acuerdo —dice Dios—. Te lo concedo, Adán. Eva, a ti te toca el otro: los orgasmos múltiples.

Las consecuencias sociales y políticas del feminismo son legión: derecho al voto, leyes de protección para las víctimas de violaciones, mejor trato y compensación en el lugar de trabajo. Recientemente, otro avance del feminismo se ha convertido en retroceso para los hombres. Ha catalizado en una nueva categoría: los chistes políticamente incorrectos.

El hecho de catalogar un chiste que se ríe del feminismo como políticamente incorrecto le añade una nueva dimensión a la broma: «Ya sé que este chiste va en contra de la filosofía liberal aceptada pero, venga ya, ¿es que ya no podemos reírnos de nada?» Al contextualizar el chiste de este modo, el humorista reivindica su irreverencia, una calidad que puede hacer que las bromas sean aún más chistosas. O socialmente más peligrosas para el humorista, como se puede ver en este clásico:

Durante un vuelo transatlántico, el avión cruza una impresionante tormenta. Las turbulencias son terribles, y todo va de mal en peor cuando cae un rayo en una de las alas.

Una mujer pierde definitivamente la compostura y va hasta la parte delantera del avión gritando:

—¡Soy demasiado joven para morir!

Y luego añade, a todo pulmón:

—Muy bien. Si voy a morir, quiero que mis últimos minutos en la Tierra sean memorables. ¡Nadie jamás me ha hecho sentir mujer! Pero esto no se va a quedar así: ¿hay alguien en este avión que me pueda hacer sentir mujer?

Durante unos instantes, reina el silencio. Todos han olvidado que están en peligro y contemplan atónitos a la mujer en mitad del pasillo. De pronto, uno de los hombres que está al fondo se levanta. Es un cachas alto y bronceado, con una mata de pelo negro, y avanza por el pasillo lateral, abriéndose la americana.

—Yo puedo hacerte sentir mujer —le dice.

Nadie se mueve. A medida que el hombre se acerca a ella, la mujer se va excitando más y más. El hombre se quita la camisa. Su pecho es todo músculo cuando se detiene junto a ella. Entonces alarga el brazo con el que sostiene la camisa, se la da a la temblorosa mujer y le dice:

—Plánchame esto.

La reacción a ese embate de chistes políticamente incorrectos fue una nueva proliferación de historias que empiezan como los típicos chistes machistas, pero que luego le dan un giro por el que la que resulta bien parada es la mujer.

Dos hombres, crupieres de un casino, están esperando ante la mesa de los dados. Llega una rubia explosiva y apuesta 20.000 dólares a una sola tirada de dados.

—Espero que no os importe. Pero la suerte me sonríe más cuando estoy desnuda —dice mientras se quita la ropa.

Tira los dados y grita:

—¡Venga, cariño, mamá necesita ropa nueva!

Cuando los dados se detienen, ella empieza a dar saltos, gritando:

-¡SÍ! ¡SÍ! ¡HE GANADO! ¡HE GANADO!

Abraza a cada uno de los crupieres, coge la ropa y lo que ha ganado, y se marcha inmediatamente. Los crupieres se miran uno al otro, boquiabiertos. Finalmente, uno de ellos pregunta:

—¿Qué jugada le ha salido?

Y el otro responde:

—No lo sé, pensaba que lo estabas mirando tú.

Moraleja: No todas las rubias son tontas, pero todos los hombres son hombres.

A continuación, os ofrecemos otro ejemplo del género neofeminista.

Una rubia está sentada junto a un abogado en un avión. El abogado insiste en que jueguen a algo que va a determinar quién tiene más conocimientos generales. Finalmente, él propone darle una ventaja de uno sobre diez. Cada vez que ella no sepa la respuesta a una de sus preguntas, deberá pagarle 5 dólares a él. Cada vez que él no sepa la repuesta a una de las preguntas de ella, él le pagará 50 dólares.

Ella accede y él le pregunta:

—¿Cuál es la distancia que separa a la Tierra de la estrella más próxima?

Ella no dice ni pío, se limita a pasarle un billete de 5 dólares.

Entonces, ella le pregunta:

—¿Qué es lo que sube una colina con tres piernas y baja con cuatro?

Él medita la respuesta durante un largo rato pero, finalmente, se ve obligado a admitir que no tiene ni idea. Le pasa 50 dólares.

La rubia mete el dinero en su cartera sin hacer ningún comentario.

Y el abogado insiste:

—Un momento, ¿cuál es la respuesta a tu pregunta?

Y, sin ni una palabra, ella le tiende un billete de 5 dólares.

Filosofías económicas

En la primera frase del libro clásico de Robert Heilbroner sobre los economistas teóricos, The Wordly Philosophers, el autor admite que «éste es un libro sobre unos cuantos hombres con una curiosa reivindicación de la fama». Sí, incluso la economía tiene sus propios filósofos.

El filósofo y economista escocés Adam Smith escribió su obra ovular (¿o hay que decir seminal?) Tratado sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones el mismo año que se declaró la independencia de los Estados Unidos de América. La obra estableció el anteproyecto del capitalismo de libre mercado.

Una de las facultades del capitalismo, según Smith, es que promueve la creatividad económica. Parece que el interés propio, igual que la perspectiva de que le cuelguen a uno, ayuda a concentrarse.

Un hombre entra en el bancoy pide un préstamo de doscientos dólares durante seis meses. El agente bancario le pregunta qué bienes pueden avalarle. El hombre responde:

—Tengo un Rolls-Royce. Aquí tiene las llaves. Quédeselas hasta que acabe de devolver el préstamo.

Seis meses después el hombre regresa al banco, paga los doscientos dólares más diez dólares de intereses y recupera su Rolls. El agente bancario le dice:

—Señor, si no es indiscreción, ¿cómo es posible que un hombre que conduce un Rolls necesite un préstamo de doscientos dólares?

El hombre responde:

—Tuve que irme a Europa durante seis meses y, ¿dónde, sino aquí, podía guardar el Rolls por sólo diez dólares?

Los economistas clásicos tampoco le prestaron mucha atención a lo que hoy damos en llamar «valor oculto»: por ejemplo, el trabajo no remunerado que realizan las mamas que se quedan en casa. Esta historia ilustra el concepto de valor oculto:

Un famoso coleccionista de arte pasea por la ciudad, cuando repara en un gato sarnoso que está lamiendo leche de un platito de postre, colocado a la puerta de una tienda. Piensa, y pondera dos veces lo que va a hacer. Sabe que el platito de postre es muy antiguo y valioso, así que entra en la tienda y se ofrece a comprar el gato por 2 dólares.

El propietario de la tienda replica:

—Lo siento, pero el gato no está en venta.

El coleccionista dice:

—Por favor, necesito a un gato hambriento en casa para que cace a los ratones. Le doy veinte dólares por el gato.

-¡Vendido! —dice el propietario. Y le entrega el gato.

-Digo yo que por veinte pavos debería poder llevarme el platito -dice el coleccionista—. El gato se ha acostumbrado a él.yyo no tendré que desperdiciar un plato.

—Lo siento mucho, amigo —responde el propietario—. Pero ése es mi platito de la suerte. Sólo esta semana ya llevo vendidos treinta y ocho gatos.

No obstante, hay que concederle a Adam Smith que supo prever los peligros intrínsecos al crecimiento desenfrenado del capitalismo, tal como la aparición de los monopolios. Sin embargo, fue Karl Marx, en el siglo XIX, el que elaboró una filosofía económica que atacaba la inevitablemente desigual distribución de los bienes inherente a la estructura del capitalismo. Con el advenimiento de la revolución, del gobierno de los hombres comunes, dijo Marx, se eliminarán todas las diferencias entre ricos y pobres; una disparidad que va de la propiedad al crédito.

Recientemente estuvimos en Cuba, comprando cigarros puros baratos —y embargados— y una noche fuimos al Club de la Comedia de La Habana, donde oímos lo siguiente:

José: ¡Qué locura de mundo! Los ricos, que pueden pagar al contado, compran a crédito. Los pobres, que no tienen dinero, tienen que pagar al contado. ¿No te parece que Marx diría que debe ser al contrario? Los pobres deberían poder comprar a crédito, y los ricos deberían pagar al contado.

Manuel: Pero, si fuera así, ¡los propietarios de las tiendas que vendieran a crédito a los pobres no tardarían en estar en la ruina!

José: Mejor, ¡así ellos también podrían comprar a crédito!

Según Marx, la dictadura del hombre común que sigue a la revolución va seguida, a su vez, de la desaparición del Estado. Por eso opinamos que el anarquista radical que había en Karl Marx no ha hecho mucha fortuna.

Tal vez te estés preguntando «¿Cuál es exactamente la diferencia entre capitalismo y comunismo?» O tal vez no. Pero, de cualquier modo, es bastante sencillo. Bajo el capitalismo, el hombre explota a su prójimo. Bajo el comunismo, ocurre lo contrario.

Este acertijo llevó a una solución de compromiso entre capitalismo y socialismo conocida como social-democracia, en la que se contemplan beneficios para los que no pueden trabajar y existen leyes que protegen las negociaciones colectivas. Pero los compromisos obligaron a los de izquierdas a aceptar a extraños compañeros de cama.

Un dependiente va a París para asistir a un congreso sindical y decide visitar un burdel. Le pregunta a la propietaria:

—¿Este establecimiento cumple con el convenio colectivo del ramo?

—No, aquí no funciona así —le responde ella.

—¿Y con qué parte se quedan las chicas? —pregunta el sindicalista.

—De los cien euros que me pagas, ochenta son para mí veinte para la chica.

—¡Esto es una explotación intolerable! —exclama el hombre. Y se marcha.

Al cabo de un rato, encuentra otro burdel donde la propietaria le dice que es un negocio legal y sindicado.

—¿Cuánto le toca a la chica si yo le pago cien euros?

-Ella se queda con ochenta euros.

—¡Fantástico! —dice—. ¡Me gustaría quedarme con Colette!

—Me parece muy bien —dice ella—. Pero Thérése tiene más trienios

Filosofía de la ley

La filosofía de la ley, o jurisprudencia, estudia las cuestiones básicas tales como: «¿Cuál es el objeto de la ley?»

Existen varias teorías básicas al respecto. «La jurisprudencia de la virtud», derivada de la ética aristotélica, es la opinión que defiende que las leyes deben fomentar el desarrollo de un carácter virtuoso. Los defensores de la jurisprudencia virtuosa pueden sostener que la ordenanza sobre decencia pública (que prohíbe orinar en lugares públicos) pretende fomentar el desarrollo de modelos morales más elevados en todos los grupos, especialmente el de los que se orinan en público. (No obstante, tal vez un jurado compuesto por meones en público no estaría de acuerdo.)

Para el utilitarista, el uso de las pruebas circunstanciales puede acarrear la consecuencia indeseada de llevar a la cárcel a un inocente.

De nuevo, una mente más práctica podría preguntar: «¿A quién demonios le importa por qué somos tan cautelosos con las pruebas circunstanciales?» Desde un punto de vista pragmático, nos basta con alegar su falibilidad, igual que la mujer de la siguiente historia. (Adviértase su hábil utilización de la reductio ad absurdum.)

Una pareja se va de vacaciones a un centro turístico de pesca. Mientras él se echa una siesta, ella decide coger el bote e irse al lago a leer. Pero, cuando ella está tomando el sol, se acerca el sheriff local en otro bote y le dice:

—Aquí no está permitido pescar, señora. Voy a tener que detenerla.

—Pero, sheriff—se queja la mujer—.Si no estoy pescando.

El sheriff insiste:

—Señora, lleva usted todo el equipo necesario para la pesca. Tengo que llevármela.

La mujer dice:

—Si lo hace, sheriff, voy a tener que denunciarle por violación.

—Pero si no la he tocado —exclama el sheriff.

—Ya —dice ella—. Pero tiene usted todo el equipo necesario para hacerlo.

Sin embargo, hay principios legales en los que sí existen grandes diferencias según la teoría básica que adoptemos, tal como se ilustra en esta historia:

Un juez llama a los dos abogados enfrentados a su despacho, y les dice:

—La razón por la que os he llamado es porque me habéis sobornado los dos.

Ambos abogados se mueven, inquietos, en sus butacas.

—Tú, Alan, me has dado quince mil dólares. Phil, tú me diste diez mil.

El juez le entrega un cheque de cinco mil dólares a Alan y dice:

—Ahora estáis a la par, por lo que en este caso voy a decidir con ecuanimidad.