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LAS APARIENCIAS NO ENGAÑAN

 

"La apariencia es el aparecer mismo de la verdad"

NIETZSCHE

 

Hace unos días tuve la oportunidad de ver una película de COSTA GAVRAS que en su día pasó bastante desapercibida; se trata de Mad City. Es la historia de un secuestrador casual; el protagonista es un vigilante de un museo que ha perdido su trabajo a causa de los recortes presupuestarios; es un honrado padre de familia que quiere recuperar el trabajo y para que la directora le preste atención no se le ocurre nada mejor que ir armado a hablar con ella. El caso es que por azar hiere a su antiguo compañero en las tareas de vigilancia y a continuación secuestra, impulsado por los acontecimientos, a un grupo de niños que estaba visitando el museo en ese momento. Un periodista que por azar se encuentra metido en la historia hace de intermediario entre el secuestrador y el mundo exterior.

De la película se pueden sacar muchas conclusiones, además de la primera lectura sobre la manipulación que ejercen los medios de comunicación en la gente. Sin embargo a mí me llamó la atención ver cómo los juicios y opiniones de la gente, la opinión pública sobre el protagonista, depende de la imagen que la gente tiene de él, y esta imagen la forman los medios de comunicación; pero como es una imagen efímera los sentimientos que la gente tiene hacia al protagonista también lo son, como subraya en un momento de la película uno de los periodistas. A lo largo de la historia el protagonista aparece como ‘malvado secuestrador’ cuando los periodistas ponen el acento en la situación de los niños, o aparece como ‘víctima’ cuando los medios muestran la tragedia vital por la que atraviesa el propio protagonista y la forma cariñosa en que trata a los niños...

El esquema es bastante simple y estamos continuamente expuestos a procesos similares en nuestra vida, pero habitualmente no somos muy conscientes del asunto: una imagen produce un sentimiento y el sentimiento una valoración, un juicio y una forma de actuar. A diario nos encontramos con gente que valoramos dependiendo de cómo nos caigan, es decir de lo que pensamos de ellos, con independencia de cómo sean en realidad. Este es el origen de los llamados prejuicios, que pueden llegar a ser tan peligrosos. Pues bien, nuestro mundo es un mundo de imágenes y las imágenes sólo son apariencias, no son la realidad por muy próximas que estén a ella. Y las imágenes más alejadas de la realidad son las producidas artificialmente, no las que producen nuestros sentidos, aunque esas tampoco sean siempre fiables. Esas imágenes artificiales son las que constituyen el mundo de la llamada ‘realidad virtual’, aunque también podrían incluirse dentro de este grupo las imágenes que nos ofrecen los medios de comunicación. Ambos fenómenos se imponen cada día más en nuestra cultura occidental, pero no tenemos muy en cuenta que son representaciones doblemente distorsionadas de la realidad; lo son en primer lugar por ser copia de la realidad -y no el original- y, además, por ser una imagen interesada por parte de quien la produce y que, en muchos casos, está destinada a manipular la conciencia del espectador.

Esto es lo que muestra nuestra película y esta es la razón por la que me ha parecido conveniente citarla; pero yo quería ir un poco más allá analizando el papel que juegan estas representaciones que nos hacemos de la realidad en nuestras vidas y el efecto que tienen en nuestros sentimientos. Los psicólogos cognitivistas creen que lo que vemos y lo que vamos aprendiendo poco a poco de nuestra experiencia forma unos esquemas, más o menos conscientes, en nuestra mente y que dependiendo de ellos tomamos nuestras decisiones y actuamos. Poco importa que esos esquemas sean verdaderos o no; lo que importa es lo que nosotros creemos y lo convencidos que estemos de ellos, porque cuanto más arraigados están en nuestra conciencia con más fuerza motivarán nuestra conducta. Como señalaba más arriba hay muchos aspectos que influyen en la formación de estos esquemas aunque actualmente son los medios de comunicación los que juegan el papel principal; sin embargo también influyen los amigos, la familia, la escuela... Nuestro propio carácter nos inclina a un tipo u otro de esquemas, como ocurre con los optimistas o los pesimistas empedernidos, que ven la vida dependiendo de su carácter. Lo que quiero resaltar es que, a veces, estas creencias -como las llamaba Ortega y Gasset- están tan alejadas de la realidad que son meras apariencias, y que cuanto más falsos sean estos esquemas más equivocada será la conducta que se deriva de ellos.

Uno de los reinos privilegiados en el mundo de las apariencias es el de la pasión. Todos sabemos que el momento del enamoramiento, que es el más propicio para la pasión, es también cuando más fácilmente nos formamos ideas excesivas de la persona amada; excesivas porque, siendo la persona mortal, como todos, la vemos perfecta, sin defectos; esa imagen, ese conjunto de imágenes, es también una apariencia. La realidad se va imponiendo día a día, y la pasión, que es producto de esa idealización de la persona que nos atrae, va dejando paso a otro tipo de sentimiento: el amor.

El amor se basa en una percepción más real de la persona amada, por eso es más duradero; la pasión es más sublime pero es más inestable, tiene menos futuro. Muchas de las grandes pasiones de la historia y la literatura han resistido al tiempo porque la distancia física hacía que los amados alimentaran su sentimiento sólo con la idea inicial; a veces las circunstancias impiden que la pasión siga su curso natural, que se haga realista; casi siempre es por la distancia o por los obstáculos que separan a los amantes. Suele ocurrir que esas grandes pasiones han sido mitificadas por la historia o la literatura y convertidas nuevamente en imágenes más o menos distorsionadas de lo que fueron, y en estas circunstancias han sido conocidas por el público.

La expresión ‘estamos en la era de la imagen’ se repite constantemente a nuestro alrededor; es verdad que casi todo lo que sabemos lo aprendemos a través de imágenes y no en contacto directo con la realidad. Pero hay otra dimensión de la imagen que también afecta especialmente a nuestro mundo; juzgamos a los demás por la imagen que tenemos de ellos, y en esta imagen influye el aspecto físico, los gestos, el tono de voz; de esa imagen depende mucho el valor que damos a las personas. De ahí proviene el interés creciente por el aspecto físico, tan característico de nuestro tiempo; el cultivo del cuerpo ha sustituido al cultivo del espíritu, igual que el culto al espíritu se ha convertido en culto al cuerpo; todos hemos oído hablar de esto que los intelectuales denominan ‘estetización de la vida cotidiana’; este fenómeno se produce cuando importa más la imagen que aquello que la imagen representa. Pensar y vivir de esta manera conduce al relativismo y sus características han sido descritas ampliamente por los sociólogos de la posmodernidad.

He hablado de dos cosas que aparentemente no encuentran relación definitiva; por un lado el tema de la imagen y las apariencias y por otro el amor y la pasión. Lo que quiero resaltar a propósito de esta relación es que en una época en que prima la imagen, el culto a las apariencias también domina la pasión, pero ésta, como aquella, es efímera, por eso ésta es una época en la que el amor parece que pierde terreno. Tal vez no sean una casualidad las quejas de la gente mayor cuando dicen que los jóvenes no aguantan, que enseguida se separan; parece ser que no resistimos la cotidianidad del amor y buscamos nuevas y seductoras imágenes...

El tema es muy sugerente y daría mucho más de sí, pero en fin; quiero terminar aludiendo a una de las implicaciones más importantes del tema. Las imágenes pertenecen al mundo del conocimiento pero repercuten en lo que hacemos, como ya he dicho anteriormente; la mayor parte de lo que pensamos del mundo, de la vida, de los demás e incluso de nosotros mismos proviene de los medios de comunicación. De esta situación, que a estas alturas casi todos estamos dispuestos a admitir, se desprenden dos conclusiones importantes y que dejan poco espacio al optimismo; en primer lugar que lo que pensamos no es resultado de una elaboración personal sino que está mediatizado en gran medida por los que dirigen los medios de comunicación; como ejemplo no hay más que referirse a lo que pensamos de la guerra de Kosovo en relación con las fuentes que nos suministran los datos para pensarlo. La segunda conclusión es que a medida que se impone la imagen en nuestro mundo nuestra vida es cada vez más virtual y menos real, en el sentido señalado más arriba; lo que sabemos de casi todo lo sabemos a través de las imágenes. Otro ejemplo para ilustrar esta segunda conclusión; basta pensar en lo que hacemos cuando vamos a conocer otros lugares, otros países; vamos tan deprisa que apenas vivimos la realidad, volvemos como de un sueño, pero nos traemos algo de inestimable valor, fotografías, imágenes.

Por eso me atrevería a decir que las apariencias no engañan sino que son todo lo que tenemos.